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jueves, 12 de agosto de 2010

Lecturas del día 12-08-2010

12 de Agosto 2010. JUEVES DE LA XIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Feria o SANTA FRANCISCA DE CHANTAL, religiosa, Memoria libre. SS. Aniceto y Focio mrs. Beatos: Inocencio Xi pp, Victoria Díez vg mr, Sebastián Calvo y co mrs.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Ez 12, 1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos
Salmo 77: No olviden las acciones de Dios
Mt 18, 21-29: Perdonar hasta setenta veces siete 

El perdón es en el cristianismo una condición central, sin la cual no es posible configurar una verdadera experiencia comunitaria. Todo esto diferencia de la tradición del Antiguo Testamento, en donde el perdón no tenía cabida, pues primaba la retribución del mal por hacer el mal. El cristianismo inaugura un modelo distinto en las relaciones humanas. Funda su propuesta en el amor como centro de todo proyecto, lo que quiere decir que Dios es el centro, luego sin desconocer que el mal ronda a los seres humanos, los desafía a buscar maneras auténticas de ser en la comunidad. Perdonar setenta veces siete, es decir perdonar siempre, quiere decir que ante el conflicto, no hay otra salida, mas que perdonar.

La ausencia del perdón se convierte en crueldad, ese es el caso de la parábola, quien ha sido perdonado, estaría en mejores condiciones para perdonar, sin embargo, las ambiciones humanas tienden hacía la injusticia, y no siempre la lección se aprende. No asimilar los aprendizajes vitales del perdón, significa renunciar a la conversión.

El evangelio invita a vivir el perdón de una manera consecuente, permitiéndole a Dios que haga la obra en una cadena interminable de perdón, conversión y reparación, romper ese ciclo es otra forma de obstaculizar el accionar salvífico de Dios.

PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 12, 1-12
Emigra a la luz del día, a la vista de todos
Me vino esta palabra del Señor: Hijo de Adán, vives en la casa rebelde: tienen ojos para ver, y no ven; tienen oídos para oír, y no oyen; pues son casa rebelde.

Tú, hijo de Adán, prepara el ajuar del destierro y emigra a la luz del día, a la vista de todos; a la vista de todos, emigra a otro lugar, a ver si lo ven; pues son casa rebelde.

Saca tu ajuar, como quien va al destierro, a la luz del día, a la vista de todos, y tú sal al atardecer, a la vista de todos, como quien va al destierro.

A la vista de todos, abre un boquete en el muro y saca por allí tu ajuar. Cárgate al hombro el hatillo, a la vista de todos, sácalo en la oscuridad; tápate la cara, para no ver la tierra, porque hago de ti una señal para la casa de Israel."

Yo hice lo que me mandó: saqué mi ajuar como quien va al destierro, a la luz del día; al atardecer, abrí un boquete en el muro, lo saqué en la oscuridad, me cargué al hombro el hatillo, a la vista de todos.

A la mañana siguiente, me vino esta palabra del Señor: Hijo de Adán, ¿no te ha preguntado la casa de Israel, la casa rebelde, qué es lo que hacías?

Pues respóndeles: "Esto dice el Señor: Este oráculo contra Jerusalén va por el príncipe y por toda la casa de Israel que vive allí." Di:

"Soy señal para vosotros; lo que yo he hecho lo tendrán que hacer ellos: Irán cautivos al destierro.

El príncipe que vive entre ellos se cargará al hombro el hatillo, abrirá un boquete en el muro para sacarlo, lo sacará en la oscuridad y se tapará la cara para que no lo reconozcan.""

Palabra del Señor.

Salmo responsorial: 77
R/.No olvidéis las acciones de Dios.
Tentaron al Dios Altísimo y se rebelaron, negándose a guardar sus preceptos; desertaron y traicionaron como sus padres, fallaron como un arco engañoso. R.

Con sus altozanos lo irritaban, con sus ídolos provocaban sus celos. Dios lo oyó y se indignó,  y rechazó totalmente a Israel. R.

Abandonó sus valientes al cautiverio, su orgullo a las manos enemigas; entregó su pueblo a la espada, / encolerizado contra su heredad. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 18, 21-29
No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?". Jesús le contestó: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete".

Y les propuso esta parábola: "Se parece el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía tres mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo". El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios, y, agarrándolo, lo extrangulaba diciendo: "Págame lo que me debes". El compañero, arrodillándose a sus pies, le rogaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré".

Pero él se negó, y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?". Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano". Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Ezequiel 12, 1-12. Emigra a la luz del día, a la vista de todos. 
El profeta, por medio de una acción simbólica, anuncia de nuevo al pueblo el fin próximo de Jerusalén y la deportación a Mesopotamia. Realiza sus gestos «a la vista de ellos», pero éstos «tienen ojos para ve y no ven; oídos para oír y no oyen» porque «son un pueblo rebelde» (v. 2). En ellos se cumple lo que dice el salmo de cuantos siguen a los dioses: «Los ídolos de los paganos son plata y oro han sido fabricados por manos humanas. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, no hay vida en ellos. Sean como ellos quienes los fabrican, los que confían en ellos» (Sal 1 35,1 5-1 8).

El profeta se carga el equipaje de deportado y, en medio de la oscuridad, con el rostro cubierto hasta el punto de no poder ver nada, sale de la ciudad a través de un boquete hecho en la pared: es un mensaje destinado al rey y a sus conciudadanos. Los últimos versículos (vv 1lss tal vez añadidos más tarde) aluden de un modo más claro a los hechos históricos. En tiempos del último asedio a Jerusalén, el rey Sedecías intentó una fuga de noche por un boquete de las murallas, junto con un grupo de combatientes, pero fue detenido y, tras haber asistido al exterminio de sus hijos, fue cegado, deportado a Babilonia y encarcelado allí (2 Re 25,4-7). El rey acabó prisionero y ciego. No se puede bajar más. A este final —repite el profeta— conducen la ceguera religiosa, la presunción frente a los mensajes de Dios, la rebelión contra su señorío. No queda espacio para ninguna esperanza ni para ninguna astucia humana. Lo que hace el pueblo de Dios ha sido denunciado sin remisión: la maldad conduce a un final vergonzoso.

Si tenemos en cuenta que se trata ele palabras dirigidas a gente que se encuentra en el exilio, convencida de un próximo retorno a Jerusalén, cuando todavía reina Sedecías, es preciso reconocer que el profeta acaba con todas las ilusiones e invita a pasar de la confianza en los dioses hechos por manos humanas a la fe en el Dios vivo. « Yo (Ezequiel) soy un símbolo para vosotros» (cf. v 11a). Quiere serlo a cualquier precio, trabajando y sufriendo. Esa fue su vocación. En esto representa, para nosotros, un ideal y un programa.

Comentario Salmo 77. No Olvidéis las acciones del Señor. 
Es un salmo histórico, ya que cuenta parte de la historia del pueblo de Dios. Para exponer la historia pasada, hace falta mucho tiempo. Por eso, los salmos históricos se encuentran entre los más largos (véanse también los salmos 105 y 106). Pero no cuentan toda la historia. De forma tal que es muy importante fijarse en los detalles: qué visión de la historia presenta cada uno, qué es lo que no dicen, dónde terminan, etc.

Este salmo posee una introducción (lb-8) y un núcleo (9-72). La introducción (es una auténtica catequesis. Dicho de otro modo, responde a estas preguntas: ¿Por qué contar la historia? ¿Qué valor tienen los acontecimientos del pasado? Esta introducción supone la existencia de alguien que recuerda la historia y también la presencia de un grupo dispuesto a escuchar y aprender (1b). No comparte la opinión de que los hechos se repitan, no. Los acontecimientos del pasado constituyen una lección que permite que nosotros seamos hoy y en el futuro más felices. ¿Cómo? Evitando los disparates y los errores de los otros, y mejorando aquello que de bueno hicieron nuestros antepasados. Es decir, aprender a evitar los errores y a mejorar lo que ya era bueno. La historia, por tanto, es enseñanza (1b), parábola (2a) y enigma (2b). Es inteligente quien es capaz de descubrir en los acontecimientos del pasado la llave que abre las puertas de la felicidad, y transmite este tesoro a las generaciones futuras (3-5). En esto consiste, para el pueblo de Dios, la tradición más pura: pasar de una generación a otra las experiencias del pasado, con la intención de vivir más y mejor.

Para el pueblo de la Biblia, contar la historia es mostrar la su cesión de generaciones, sin perder nunca la memoria histórica. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin historia, sin raíces y sin identidad. Las nuevas generaciones tienen una vocación histórica única: ser más felices que sus antepasados. ¿De qué manera? Aprendiendo de los errores y de los aciertos de los que les precedieron. Y Dios interviene en esa trama existencial, guiando a las personas y la historia por el camino de la felicidad y de la vida.

El núcleo (9-72) es una inmensa profesión de fe en el Dios que hace historia con su pueblo. El salmo comienza hablando mal del reino del Norte, aquí llamado Efraín (9-10). Es difícil detallar el contexto que hay detrás de todo esto. Pero es evidente que este salmo surgió en el Sui; por donde circulaba una visión llena de prejuicios acerca del Norte. Además, todo el texto tiene una visión pesimista en relación con el pueblo, incapaz de mantenerse fiel a Dios.

Los gestos de infidelidad comienzan en Egipto. Dios es fiel, pero el pueblo no. En los vv. 13-55 se recuerdan los grandes portentos de Dios en favor de Israel, destacando los momentos en que el pueblo le responde a Dios con la infidelidad. Estas grandes hazañas son: el paso del mar Rojo (13), la nube que guía al pueblo de día (14a) y la columna de fuego de noche (14b), el agua que brota de la roca (15-16), el maná (23-25), las codornices (26-28) y las plagas de Egipto (43-51). Son siete maravillas realizadas por Dios en favor de su pueblo. Se trata de un breve resumen de los libros del Éxodo y de los Números; pero cuyos portentos quedan empañados por las exigencias, las dudas y las infidelidades del pueblo. En estos versículos viajamos desde Egipto al desierto, para regresar nuevamente a Egipto.

Llaman la atención las plagas de Egipto (43-5 1). También aquí se nos presenta una síntesis. Se eligen sólo siete plagas: la del agua convertida en sangre (44), la de los tábanos (45a), la de las ranas (45b), la plaga de langostas (46), la del granizo que destruye y congela (47), la lluvia de pedrisco con relámpagos (48) y la muerte de los primogénitos (49-51) El autor ha organizado estas siete plagas de modo que quede claro que Dios es plenamente solidario y fiel.

La última etapa (52-72) es la de la marcha hacia la Tierra Prometida. Se nos habla de la conquista (53), de la justa distribución de la tierra (55) y de las consecuencias de la infidelidad del pueblo (56-58) la pérdida del arca de la Alianza (60), la dominación de los filisteos (61-66), el rechazo del reino del Norte (tras la muerte de Salomón, v. 67), la elección del reino del Sur (68), para concluir con David como rey, el pastor de corazón íntegro, que conduce a su pueblo con mano sabia (70-72).

Este salmo no es del tiempo de David, sino posterior. Da a en tender que existen los dos reinos, el del Norte (Efraín, José, 9.67) y el del Sur (Judá, con el templo en la capital, Jerusalén, 68-69). Tiene una visión negativa del reino del Norte, pues considera que ha traicionado la Alianza (9-10). La infidelidad del pueblo tiene mucho que ver, aquí, con los habitantes del Norte. Esto explica su visión pesimista de la historia. Si Dios no fuera misericordioso, el pueblo habría sido aniquilado, pues no es capaz de mantenerse fiel.

Los salmos históricos suponen que el pueblo está reunido para celebrar y conservar la memoria de su pasado. Surgieron para que la gente aprendiera de los conflictos del pasado, para ser más felices en el presente y en el futuro, ¿Es que no había conflictos en la época en que surgió este salmo? ¿Por qué, entonces, contar la historia pasada?

El salmo 77 se detiene en David, al que considera el rey justo y sabio, el verdadero líder político. Entonces, nos preguntamos: ¿Por qué este salmo no ha ido más allá de David? ¿Por qué no recuerda a sus sucesores en el trono de Judá? Parece que está ocultando un conflicto o, al menos, nos permite levantar sospechas con respecto a los sucesores de David. De hecho, la monarquía fue, siglos más tarde, lo principal responsable de la desgracia del exilio de Babilonia.

La introducción (1b-8) expone los motivos por los que nacieron los salmos históricos: la historia es la maestra de la vida: está ahí para enseñarnos a vivir con una sabiduría mayor; sacando partido de todo lo que nos ofrece el pasado; para aprender, así, de los aciertos, pero también de los errores de los demás.

Dios es el liberador, el aliado fiel que nunca falla. Se compadece de las debilidades de su compañero de alianza, cumpliendo con su parte y perdonando las locuras y los errores del aliado. Es el Dios que camina con el pueblo, interviniendo en la trama de la historia. Los errores del pueblo no le hacen perder la paciencia ni merman su confianza. Por el contrario, quiere que aprendamos de nuestros errores y de los de los demás. En el fondo, es el Dios que se siente feliz cuando el ser humano es feliz.

Desde pequeño, Jesús aprendió la historia de su pueblo. Los evangelios lo presentan como el «Dios-con-nosotros» (Mt 1,23; 28,20), encarnado en nuestra historia (Jn 1,14). El también tiene unos antepasados que cometieron errores y tuvieron aciertos. Basta analizar las genealogías (Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38). Su en carnación llevó a sus compatriotas a dudar de él (Mc 6,1-6). Enseñó a aprender de las tragedias y de los hechos desagradables (Lc 13,1-5).

Tenemos que rezarlo a la luz de nuestra historia personal, comunitaria, social y nacional, descubriendo las maravillas de la fidelidad de Dios para con nosotros. Tenemos que convertir nuestra historia en objeto de oración para dar gracias por las cosas buenas y pedir perdón por los errores; podemos rezar este salmo para conservar la memoria histórica...

Comentario del Santo Evangelio: Mt 18, 21-19,1. No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Jesús ha hablado ya de la actitud que debernos adoptar con los pecadores, de la necesidad de volver a ganar al hermano que ha pecado (Mt 18,15-22) y de la oración común (18,1 9ss); ahora pasa al problema de cómo debe comportarse quien ha sido ofendido personalmente.

El judaísmo conocía ya la obligación del perdón de las ofensas, pero había elaborado una especie de «tarifa» que variaba de una escuela a otra. Se comprende así que Pedro preguntara a Jesús cuál era su tarifa, preocupado por saber si era tan severa como la de la escuela que exigía el perdón del propio hermano hasta siete veces (18,21). Jesús responde a Pedro con una parábola que libera el perdón de toda tarifa, para convertirlo en el signo del perdón recibido de Dios, del Reino que se está instaurando en la tierra: «Porque con el Reino de los Cielos sucede lo que...» (18,23).

La parábola comienza con las figuras de un rey y de alguien que le debe diez mil talentos; de este modo, subraya la inconmensurable debilidad del pecador frente a Dios. La acentuación de algunos rasgos (presencia del rey, caer a los pies del rey, postrarse, tener piedad... 18,26) evoca la escena del juicio final. La desproporción entre los diez mil talentos y los cien denarios (semejante a la desproporción que existe entre la viga y la paja: (cf. 7,1-5) permite comprender la diferencia radical entre las concepciones humanas y las divinas de la deuda y de la justicia. Por último, también el castigo infligido al siervo (una tortura que durará hasta que haya pagado toda la deuda: 18,34) hace pensar en un suplicio eterno.

La clave de lectura nos la proporciona el último versículo: «Lo mismo hará con vosotros mí Padre celestial si no os perdonáis de corazón unos a otros» (18,35). El perdón de Dios, del que todos tenernos necesidad, se otorga con la condición de que nosotros también seamos capaces de perdonar. Sin embargo, si se lee con atención la parábola, se ve que el perdón que otorgamos a los otros no equivale ciertamente al perdón que Dios nos concede a nosotros.

Nuestra misericordia es siempre limitada, aunque sea total; la de Dios es infinita. La nuestra, además, nace de la bondad infinita de Dios. Es un pálido esfuerzo destinado a intentar imitar al Padre (5,48).

Dios es alguien que perdona inmensamente. Con la venida de Jesús, el perdón se vuelve inmediatamente perceptible. Para el evangelista Mateo, toda la obra de Jesús está caracterizada por la remisión de los pecados: así en la curación del paralítico (9,2—7), así con su sangre, «que se derrama por todos para el perdón de los pecados» (26,28). Jesús intercede en la cruz por los que le están crucificando: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

El perdón de Dios, otorgado con generosidad y misericordia, se vuelve normativo para las relaciones entre los discípulos: « ¿No debías haber tenido compasión de tu compañero, como yo la tuve de ti?». La experiencia de haber sido perdonados por Dios debe llevarnos al perdón de los hermanos. Nuestra relación con el otro debe reflejar la de Dios con nosotros; lo que él ha hecho por nosotros es el paradigma de lo que nosotros debemos hacer a los otros. Hay, en la enseñanza de Jesús, algunos «como» sobre los que no reflexionamos bastante. Cuando Jesús nos enseña el amor al prójimo, establece unos cuanto «como» que forman una progresión que no admite excusas: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39; Gal 5,14), «como yo os he amado» (Jn 15,12), “como yo amo al Padre” (Jn 14,31)... En el Padre nuestro nos hace decir Jesús: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofende. Con este «como» no nos enseña Jesús que el precio para ser perdonados por Dios sea perdonar a nuestros hermanos. Ni nos enseña que lo único que debemos hacer para ser perdonados por él es perdonar; ni tampoco que si nosotros perdonamos imponemos al Dios omnipotente la obligación de perdonamos. El perdón de Dios no es simplemente el eco de nuestro espíritu de perdón. Es más bien lo contrario: el pensamiento de la grandeza del perdón de Dios debería amonestarnos y ablandar nuestro corazón hasta el punto de hacernos desear también a nosotros perdonar a los otros.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 18, 21-19.1, para nuestros Mayores. Perdonar hasta setenta veces. 
La presente sección se abre enunciando un principio básico de la vida cristiana: la reconciliación y el perdón. El lector del evangelio ya lo conoce por otras palabras de Jesús (5, 23ss.) y la oración específicamente cristiana, el Padrenuestro, lo recuerda constantemente. Los números utilizados por la pregunta de Pedro y, sobre todo, por la respuesta de Jesús hablan de un perdón ilimitado. El patrón que se tiene delante, tanto para la respuesta, es el de la venganza: si Caín fue vengado siete veces, Lamec lo será setenta veces siete (Gén 4, 24). La contrapartida del principio pagano de la venganza sin límite es el principio cristiano del perdón ilimitado.

La parábola que viene a continuación es una aclaración práctica y concreta del principio enunciado. La venganza era una ley sagrada en todo el Oriente; el perdón era humillante. Nuestra parábola es como un drama en cuatro actos: deuda, misericordia, crueldad y justicia.

Un hombre debía diez mil talentos. Una suma exorbitante: unos siete millones de dólares. El auditorio de Cristo no podía imaginar deuda semejante. Los oyentes de Jesús debían llegar a la conclusión siguiente: es imposible que el siervo en cuestión pueda pagar su deuda. En resumen, se trata de una deuda impagable.

El acreedor da orden de venta de todo cuanto su deudor tiene: él mismo, su mujer; familiares y cosas. Es un rasgo parabólico: el dinero obtenido de la venta de todo y de todos sería una cantidad ridícula, absolutamente desproporcionada con la deuda. La orden de venta pretende únicamente poner de relieve la indignación del señor ante la deuda de aquel siervo suyo. Este reacciona de la única forma que le es posible: suplica y promete. Así se ha preparado ya la reacción del rey: le condonó toda la deuda .Su magnanimidad le hizo ir mucho más allá de lo que el siervo podía imaginarse.

El deudor perdonado se convierte en deudor despiadado. La deuda que un compañero suyo tenía con él era absolutamente ridícula en comparación con la que el rey acababa de perdonarle a él. Quiere ahogarlo. Y ahora se repite la misma escena que había protagonizado él ante el rey: se aplica y promete. Pero en este caso todo resulta inútil y lo mete en la cárcel hasta que le pague todo lo que le debía.

Los compañeros que sabían todo lo que había ocurrido, se lo cuentan al rey. Este, indignado por aquel proceder incalificable, le retira el perdón y le aplica la justicia. Este deudor despiadado vivirá en adelante bajo el látigo de los torturadores, porque nunca será capaz de compensar su deuda con el rey.

Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón. La parábola describe las relaciones del hombre con Dios y de los hombres entre sí. La deuda de diez mil talentos, impagable en todo caso, simboliza la situación del hombre pecador, de todo hombre, a quien Dios perdona por pura gracia. La actitud del siervo despiadado retrata la ruindad del corazón humano, unos a otros nos debemos cien denarios. Una ridiculez en comparación con lo que nos ha sido perdonado. ¿Cuál debe ser la reacción del hombre frente al prójimo?

Dios abre la gracia de su perdón de una manera insospechada para el hombre. Pero retira esta ola de indulgencia jubilar ante los corazones ruines que niegan el perdón al prójimo. Y en el día del juicio el deudor despiadado será medido con la medida de la justicia (ver el comentario a 7, 1.3).

Comentario del Santo Evangelio: Mt 18, 21-19-19.1, de Joven para Joven. ¿Cuántas veces debo perdonar? 

Estamos acostumbrados al lenguaje del evangelio y consideramos normal que Dios perdone los pecados y que nosotros mismos intentemos perdonamos mutuamente. Pero uno de los sentimientos primordiales del hombre es el sentido de la justicia que, de hecho, es muy agudo en los niños y en los pueblos primitivos. Cuando aún no había tribunales, la justicia se hacía con la sangre. Un enemigo asesinaba a un miembro de una familia y los demás se sentían obligados a vengar su sangre. Más aún, la venganza era deber y privilegio del jefe de la comunidad; sólo si este renuncia la podía realizarla otro. Entre los judíos, nómadas, la venganza de sangre era normal (Ex 2l, 23ss; Lv 24,19). Pero había un límite: el jefe de todas las familias y tribus de Israel es Dios mismo, que se reserva el derecho de la venganza (Dt 32,35).

Es decir, la venganza hay que dejársela a Dios. Es el primer paso para superar el principio de la justicia primitiva que querría devolver mal por mal. Es necesario confiar en la justicia de Dios y dejarle a Él el juicio.

¿Hasta siete? Quien deja la venganza a Dios, después querría ver castigado al enemigo. Por ejemplo, el profeta Jeremías dice que pone su causa ante el Señor (Jr 20, 12) pero, después, desea la venganza de Dios (Jr 11, 20). Los pueblos antiguos crecían en las divinidades de la venganza: la Némesis griega, que alcanzaba al culpable estuviera donde estuviera, era un tema frecuente en las tragedias. También los salmos piden castigos divinos para los pecadores. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, esta venganza divina aparece bajo una luz nueva e imprevista: Dios castiga el mal tomándolo libremente sobre sí mismo, con todas sus consecuencias.

Así sucede también cuando nos perdonamos recíprocamente. Reconocemos que el mal es mal, pero aceptamos libremente sus consecuencias. ¿Nos han robado el dinero? ¿Han dañado nuestro buen nombre? Debería sufrir quien ha cometido estos pecados pero, perdonando, sufrimos nosotros. ¿Es difícil? Muchas veces sí, otras un poco menos pero, en todo caso, tenemos la satisfacción de actuar como actúa Dios.

No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete . L. N. Tolstoi difundía con ardor la advertencia del evangelio de no devolver el mal con el mal. El tema predilecto de sus relatos es la conversión al bien de quien ha sido perdonado por el mal que ha cometido. En realidad, esto no siempre ocurre: muchos criminales siguen haciendo el mal, precisamente porque nadie los castiga. Un proverbio popular dice: en todo mal hay quien lo hace y quien lo deja hacer. Entonces, ¿es realmente verdad que debemos perdonar siempre? La sabiduría responde: perdonar significa querer al prójimo; pero, a veces, a él y a la sociedad, les conviene más un castigo que el perdón. En cambio, el evangelio subraya otro aspecto del perdón: quizás el perdón no haga siempre bien a quien es perdonado, pero quien perdona obtiene un gran beneficio. Dios nos perdonará en la medida en que nosotros hayamos estado dispuestos a perdonar a los demás.

Elevación Espiritual para este día
Tu perdón, es total porque cuando perdonas, Padre, lo haces con todo el corazón; nos abres tus brazos, feliz de estrecharnos en tu inmenso amor.

Tu perdón es total: cuando te lo pedirnos nos lo concedes de inmediato sin espera alguna, sin hacernos reproches, sin guardar rencor; sin importarte lo que haya pasado.

Tu perdón, es total: cancela la culpa en lo más profundo de nosotros, purifica el corazón haciéndonos pasar del estado de pecado al estado de inocencia.

Tu perdón, es total: y restablece en nosotros la santidad perdida, nos da la fuerza necesaria para complacerte de nuevo, para vivir de acuerdo con tu voluntad.

Tu perdón es total: nos toma enteramente en la nueva alianza establecida en tu Hijo, nos concede la alegría de experimentar tu bondad, tu ternura.

Reflexión Espiritual para el día.

La pregunta por la remisión de los pecados está ligado al Jordán fraterno «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos los que nos ofenden» Jesús habla de perdonar “hasta setenta veces siete” ¿A quién hemos de perdonar? A todos aquellos de quienes pensamos haber recibido algún perjuicio algún trato injusto. A todos aquellos que nos han decepcionado que no nos ha dado aquel amor aquella atención, aquella escucha que esperábamos. Hay dentro de nosotros un motón de pequeñas heridas y amarguras: es necesario tratarlas con el aceite y el bálsamo de un continuo y sincero perdón. Todo eso nos hará estar mejor incluso de salud, y nos hará buscar hasta el fondo el perdón del Padre no sólo por todas nuestras culpas, sino también por nuestros comportamientos Inadecuado por todo lo que hemos negado a Dios y él podía esperar de nosotros en materia de confianza y de amor por todos nuestros incalculables de omisión.

El rostro de los Personajes y Pasajes de la Sagrada Biblia: A la luz del día emigra a la vista de todos 
No nos sorprendan las aparentes incoherencias de este libro complejo que estamos meditando. Algunos capítulos están desplazados, pues se pasa de textos que se refieren al exilio a otros cuyos hechos sucedieron anteriormente.
En la página de hoy, el profeta trata de hacer comprender a los habitantes de Jerusalén que, algún día, serán fugitivos que abandonarán a escondidas su casa.

La palabra de Dios me fue dirigida: «Hijo de hombre, tú vives en medio de una raza de rebeldes, tienen ojos para ver y no ven; oídos para oír y no oyen.» Son casi las mismas palabras, con las que Jesús condenará la ceguera de sus contemporáneos. (Mateo 4, 12) Y con las que, después de haber curado al ciego de nacimiento, subrayará que los fariseos creen ver claro, pero, de hecho son ciegos espiritualmente (Juan 9, 40) «Algunos fariseos que estaban allí le dijeron: ¿Somos también ciegos nosotros? Jesús les contestó: Si fueseis ciegos, no tendríais pecado, pero decís: nosotros vemos... luego, vuestro pecado perdura.»

Señor, líbranos de esta ceguera, la peor de todas porque se ignora. Si no veo claro, Señor, concédeme la gracia de hacérmelo saber.

No hay peor sordo que el que no quiere oír, dice el refrán popular.

Y esto nos sucede a todos algún día.

«Cuando tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está en la luz.» (Lucas 11, 34)

Danos, Señor, la gracia de la lucidez.

En cuanto a ti, hijo de hombre, prepárate un equipo de deportado y como tal sal, a pleno día, ante sus ojos...

Acaso vean que son una raza de rebeldes.

Acaso comprenderán...

Es lo que Dios desea.

Dios no desea nunca castigarnos, desea que «veamos y comprendamos» lo suficientemente pronto para evitar las consecuencias nefastas de nuestros actos.

Es así como el rey de Jerusalén, Sedecías, tratará de escapar del enemigo, huyendo de noche por la brecha de una muralla de la ciudad.

A vista de ellos, haz un agujero en la pared, por donde saldrás. Dirán: « ¿Qué estás haciendo?» Les contestarás:
«Así habla el Señor Dios: esta predicción se refiere a Jerusalén y a todos sus habitantes... Soy un signo que os representa... Lo que yo hago, se hará con vosotros. Seréis deportados, iréis al destierro...

El tema del exilio.

Estar lejos del hogar, en la inseguridad, obligado a adaptarse a costumbres nuevas.

De momento puedo rogar por todos aquellos que todavía hoy, son emigrados, extranjeros, desplazados; y, si me es posible, ayudar a una de esas familias que necesitan ayuda para adaptarse paulatinamente a una vida distinta de la de su país de origen.

El exilio.

Paradójicamente, sabemos por la historia que fue éste el inicio del más hermoso período para Israel: este pueblo se ve obligado a abandonar sus ensueños demasiado humanos... se construye una nueva comunidad cuya escala de valores no será ya de orden político, sino religioso.

Ocasión para mí de reflexionar sobre la utilidad misteriosa de mis pruebas, de mis exilios, de mis soledades... ¿Qué tengo que purificar en mí? ¿Qué es lo que Dios quiere hacer progresar a través de esas situaciones dolorosas? +

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